Pink Ice Cream Bar

domingo, 29 de noviembre de 2015

ESTILO NANÁ EDICIÓN SÚPER ESPECIAL: Entrevista a Stuart Murdoch de Belle &Sebastian

If you had such a dream
Would you get up and do the things you've been dreaming.
“I could be dreaming", Tiger Milk, Belle & Sebastian, 1996

Varias personas me han dicho que debo escribir lo que viví en la noche del 20 de octubre de 2015. Así que aquí estoy, por ellos y por mí: no quiero olvidar nada, quiero dejar registro de todo lo que recuerdo, ya que es algo que ha traspasado los límites de todo lo que mi poderosa mente se atrevido a imaginar. No obstante, tengo que pedirles disculpas a todos mis lectores porque lo que sigue no lo escribe Naná, lo escribo yo; perdón, queridos fans.



Antes que nada me gustaría aclarar que aunque cueste creerlo esta historia es cien por ciento real y guardo registro de todo lo que viví: en mi mente, en mi corazón y en mi teléfono celular. Debo reconocer que la anécdota no ha sido del todo fruto de la casualidad, sino que fue más bien motivada por mi fuerte e inagotable deseo de sorprender a los seguidores de Estilo Naná… y quizás, inconscientemente, a mí misma, en mi afán de continuar. Sin embargo, una vez más, la suerte estuvo muy de nuestro lado. “Justicia divina”, según los amigos que me quieren; yo no puedo asegurar que ese sea el caso, tampoco puedo hacer ningún pacto con las fuerzas del cielo, el hecho es que fuimos muy afortunadas.

La mayoría de las personas que leen mi blog me conoce hace mucho y sabe que Belle & Sebastian es mi banda favorita desde hace muchísimos años. Justificar esta devoción o realizar un recorrido por la trayectoria de la banda carece de sentido. Tampoco tiene sentido escribir un artículo serio sobre la visita de la banda escocesa a nuestro país haciendo un análisis detallado de referencias e influencias musicales, o de tipo sociocultural acerca de su público: no sé hacerlo, no me interesa. Sencillamente quiero dejar registro de lo que me pasó, porque fue en verdad maravilloso.

Todo comenzó como una de las tantas ideas descabelladas que se me ocurren a diario, un esquema desprolijo de una fantasía imposible. Fue fuerte. La idea de entrevistar a Stuart Murdoch sobre golosinas era algo que ni siquiera se atrevía a pasar cerca de mi cerebro. Por supuesto que alguna vez lo habré fantaseado, como fantaseamos todos en el plano de lo imaginario las cosas que nos gustaría que sucedan en la realidad. Sin embargo, cuando me enteré de que Belle & Sebastian volvería a visitar nuestro país, esa ilusión se fue convirtiendo en algo remotamente posible, aunque quizás muchos pensaron que se trataba otro de mis desvaríos. Una vez más, los sorprendí a ellos y a mí.
Sin más digresiones, para los que querían saber detalles sobre esa noche, voy a ir al grano. Todo comenzó así:

Fascinadas por el show, Lupe y yo salimos del teatro. Podría haberme conformado con esa bonita experiencia, pero yo siempre quiero ir un poco más allá, un poco más adelante, un poco más cerca: así soy, lo llevo en la sangre, desde chica me gustó eso de ver de cerca a los que me gustan. Sí, porque me gusta ver si se cumple aquello que una vez escribió Gustave Flaubert en Madame Bovary (mi novela de cabecera): "A los ídolos no hay que tocarlos: se queda el dorado en las manos". La mayoría de las veces el brillo que se vislumbra a lo lejos demuestra ser un espejismo; pero a veces las puntas de los dedos se tiñen de dorado y una se mancha con alegría. Guiada por esa curiosidad, continué.

Así  que ahí estábamos con Lupe, preparándonos por si sucedía el prodigio: esperamos y esperamos ante la puerta del Gran Rex mientras pasaban diferentes grupos de amigos y conocidos que nos decían que nos dejáramos de joder, que fuéramos a comernos una pizza con ellos. Pero no, nosotras nos aguantamos las ganas de comer pizza y de hacer pis, y seguimos esperando, porque teníamos una misión. Hasta que de repente se acercó un señor y nos dijo: “Chicas, no esperen más, la banda se fue hace veinte minutos”. Aún recuerdo la cara de decepción de Lupe que, comprometida con el proyecto, me miró y me dijo: “Por lo menos lo intentamos”.

Estábamos por emprender el camino de vuelta a nuestras casas, cuando de repente quien les habla giró la vista hacia la derecha y divisó dos combis en las que se estaban cargando instrumentos. Insistí a Lupe, que ya estaba abatida por la situación, y corrí. Allí encontré una puerta, ante la cual aguardaba aún con esperanzas un grupo de unas seis personas, probablemente más fanáticas que yo. Consulté y me dijeron que ya se habían ido todos, a lo que yo respondí: “¿Y qué están esperando entonces?”. Quedaron calladas. Volví a interrogar, porque en mi buena mente creí que quizás había entendido mal: “Si todos se fueron, ¿para qué esperan?”. Una de las jovencitas, derrotada, me dijo en voz baja: “Stuart no salió”.

Esperé unos minutos, tranquila pero -lo admito- con una corazonada fuerte de que se venía algo intenso. Pero como la paciencia y la estabilidad en todas sus formas no son mi fuerte, la calma caducó y comencé a caminar inquieta, hasta que dije: “Ya fue, yo me meto”.

Con mi destreza innata para este tipo de cosas, aproveché que un seguridad miró para otro lado, di un giro acompañado de un único pero preciso paso y atravesé la puerta prohibida. Fue un segundo. Tipeo y me sale un suspiro, se los juro. Fue una milésima de segundo, amigos, y en ese instante lo vi caminando hacia mí: solo él, solo yo. Tenía enfrente al Súper Hombre, al creador de todas de todas esas cosas buenas, el de la voz mágica, el de las canciones tristes que bailamos y cantamos, las canciones tristes que tanto y tanto escuché, que tanto y tanto sentí durante tantos y tantos años a través de todo tipo de dispositivos de audio: ahí estaba, siendo real, de carne y hueso, con su porte scottish y su rosácea casi fucsia, él se acercaba a mí con pasos gentiles y me miraba con unos ojos que eran los mismos ojos que yo había visto a través de la pantalla en youtube.

Detuve todas mis emociones, todas las características de persona inmadura groupie fan de casi treinta años, toda mi niñez, no lloré, no grité, no me hice pis, le sonreí y en mi inglés indio de mala alumna en todo, le dije: “Hi Stuart, I´m waiting for you, I have a blog about candies, I want to interview, it’s just a question”. Stuart sonrió, se acercó, me tomó del hombro y me dijo: “Sure”, y ahí empecé a temblar.

Salimos. Las caras de los fans que esperaban para verlo se iluminaron, y ver eso también fue hermoso. Ahí entró en acción Lupe Sendra, mi maravillosa productora bilingüe con quien todo lo puedo lograr, y le explicó más prolijamente la propuesta. Stuart, cálido, saludó a cada uno de los fans y luego de explicar que se había quedado solo y que no sabía cómo volver a su hotel nos dio la entrevista tan esperada.

Hasta ahí estaba todo dentro de lo imposible pero realizable, y claro que fue emocionante y de otro mundo, pero seguía dentro del plano de lo que mi imaginación podía concebir. Lo mejor vino después.

Al terminar la entrevista, nos quedamos escuchando los intercambios con los otros fans. Stuart se mostró muy cordial con todos, creo que estuvimos casi una hora, en la que muy amablemente se tomó fotos, filmó videos, firmó autógrafos, con la particularidad de interiorizarse con cada una de las personas que se acercaban: hacía preguntas, respondía otras, un primor.
Luego, una de las chicas que lo había estado esperando le dijo que ella iba para el mismo lado, Palermo, que podían tomarse el colectivo juntos, a lo que Stuart accedió: prefería viajar en colectivo a que le pidiéramos un auto. Se fijó en el GPS de su celular dónde quedaba el hotel y comenzó a caminar junto al grupo de chicas que le ofreció acompañarlo.

A Lupe y a mí nos dio un poco de vergüenza: considerábamos que nuestra misión ya estaba cumplida, ¿para qué más? Sin embargo, seguimos caminando a la par del grupo que se había formado, nos dejamos envolver en la surreal situación de caminar con Stuart Murdoch por Carlos Pellegrini, atravesando todos los peligros que pueden atravesarse en la noche porteña. Stuart iba tranquilo, como en su barrio, charlaba, hacía comentarios, reía.  En un momento Lupe decidió irse, pero entonces apareció Madelaine que estaba buscando la parada del 152 para volver a su barrio, que en parte es el mío. Así nos dirigimos, como en un sueño, hacia la parada del 152, caminando a metros de Stuart. Cuando llegamos a la parada yo me senté en un escalón, como suelo hacer cada vez que puedo, y traté de procesar la situación. Tenía la nota para Estilo Naná y estaba esperando un colectivo con Stuart Murdoch.

Stuart filmaba todo, tomaba y compartía las fotos de su celular con nosotros, con una humildad y una sencillez difícil de reproducir. Habremos estado ahí entre quince y veinte minutos. Cuando llegó el cole, él formó la fila, pero antes de subir me dejó pasar, tan educado y caballero, nunca lo olvidaré. Yo le devolví el gesto pagándole el viaje con mi tarjeta SUBE.

Durante el viaje en el colectivo de la línea 152 el cantante de Belle & Sebastian compartió con nosotros todo tipo de experiencias, y yo por primera vez en la vida comprendí una conversación en una lengua extranjera en su totalidad, también pude comunicarme, interrogarlo, hacerle chistes, reír: fue todo muy hermoso. Hubo momentos de silencio en que los que estábamos ahí nos mirábamos, como diciendo WHAT THE FUCK? Sacamos pocas fotos, yo saqué algunas como para que mis amigos no pensaran que la había flashado de más, pero lo hacía con disimulo. Por momentos quedaba petrificada, lo tenía muy cerca, ¿qué podía contarle?, ¿cómo decirle todo lo que significaba para mí? Y así se pasaron las calles y las avenidas y se pasaron los minutos en que la vida es generosa, maravillosa y te sorprende como nunca. Cuando llegamos a Palermo, Murdoch se bajó con las chicas y un chico muy simpático. Antes de bajarse me dio un apretón de manos y me miró a los ojos. “Thank you so much”, le dije bajito, casi tan rosada como él, ero de timidez, y me sonrió. Dio media vuelta y se bajó.

Nosotros nos bajamos en Cabildo entre puteadas inconexas, saltos, ganas de llorar, de reír, de abrazarnos, no sé de qué, como locos, repitiendo: “¡La puta! ¿Qué carajo pasó?” Después nos tomamos el 107 y cada uno se fue a su casa, pensando si íbamos a poder dormirnos o si queríamos quedarnos en ese sueño.


No hay comentarios:

Publicar un comentario