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domingo, 10 de noviembre de 2013

COLABORACIONES NANÁ: Walter Dvorkin comparte con Naná su experiencia golosinera en Wangfujing

Conocí a W. en un recital de Bosque de Antenas y al toque me di cuenta de que sabía mucho de golosinas. Incluso llegué a pensar que sabía más que yo y me sentí algo amenazada.
Nunca más volví a verlo, pero por alguna razón, me envío vía L. unos increíbles scaneos de golosinas que hasta el momento no pude subir pero que hicieron que de alguna manera sigamos en contacto.
Con el pasar de los días Walter a quien ya puedo llamar Wally, se convirtió en un excelentísimo colaborador de estilo naná envíandome reseñas maravillosas  dignas de publicar en este blog. Como son varias voy a empezar con la primera que me envió:  "El riesgo que comprar sin saber", un relato sin desperdicios de su experiencia golosinera en Beijing.

Aprovecho para agradecerle la buena onda y su infinita predisposición y generosidad para con este blog.



El riesgo de comprar sin saber

A fines de agosto de 2013 tuve la oportunidad de visitar Beijing por dos maravillosos días. Después de hacer a pie Seúl y recorrer medio Beijing por el mismo medio, decidí que mi visita a la Muralla China fuera en un tour. Ya se sabe cómo es esto: guía en inglés, van, pasajeros de todos los puntos cardinales, almuerzo y visita a las atracciones principales. Además de otros “museos” en donde los guías reciben su comisión en caso de vender algo.

Llegando al final del tour, en el “Museo de la Seda” (en donde desafortunadamente para los organizadores nadie compró ni un hilo), un muchacho de Singapur me pide una fotografía junto a él…a lo cual le espeto con una pregunta por si conocía: ¿dónde me convenía comprar golosinas en China?
China es un lugar, como en la mayoría de Oriente, en donde todo se regatea. TODO menos lo comestible. Si se ve el precio en el mostrador o en la góndola, ese es el precio. Para algunos, el regateo es una de las cosas más divertidas del planeta. Para mí es lo contrario, me genera un estrés de mil demonios. Por lo tanto, había averiguado que si compraba en un supermercado las golosinas, iba ser un pingüe negocio. No obstante, yo quería algo más, un ingrediente que Wilson, el singapurense, me reveló: ir a Wangfujing.

Wangfujing es uno de los lugares más característicos de Beijing, y si se quiere tener una experiencia a lo Marley (Alejandro Wiebe, no Bob), se debe ir ahí. Hay para comer calamares, estrellas de mar, pato, escorpiones, serpientes, ciempiés y la delicatesen arácnida. Pero este es un blog sobre golosinas, así que no abundaré en ello.

Luego de degustar algunas de las exquisiteces antes mencionadas, decidí comprar mis preciosas golosinas. Y de la manera que todos los golosineros hacer: que pongan todo lo que haya en una bolsa sin saber qué es, que nos cobren por kilo y después…y después vemos. He aquí el quid de la cuestión: el hecho de comprar sin saber qué.

Al muchacho que me atendió le dije simplemente “poné distintas cosas en las bolsas y termosellala que en Buenos Aires pruebo”. Y es así como me traje a la patria dos bolsas con un surtido de lo más misterioso. Y es realmente misterioso porque cada paquetito que del surtido traía en sí una sorpresa.
No saber ni media palabra de chino logró que cada envoltorio llamara la atención. Algunos eran simple dulce de batata, otros eran dátiles recubiertos, un bloque verde muy duro con semillas de sésamo pero con gusto a tierra hasta llegar al extremo de que comer una especie de huevo de pájaro aplastado picantísimo.


En conclusión, las golosinas que compré en Beijing resultaron ser mucho más exóticas y extrañas de lo que imaginaba. Y en parte me arrepiento de no haber probado antes de comprar. Pero en parte no, es el riesgo de comprar sin saber. Una lotería, dicen.



Walter Dvorkin
nació en el año 1988, vive en el barrio de Belgrano y es empleado de una aerolínea.
Su golosina favorita son los M&M de maní, confiesa que se compra bolsas de un kilo y no le duran. No tiene muchas golosinas que le repugnen pero si tiene que elegir una elige las bacon gumballs.