Nunca más volví a verlo, pero por alguna razón, me envío vía L. unos increíbles scaneos de golosinas que hasta el momento no pude subir pero que hicieron que de alguna manera sigamos en contacto.
Con el pasar de los días Walter a quien ya puedo llamar Wally, se convirtió en un excelentísimo colaborador de estilo naná envíandome reseñas maravillosas dignas de publicar en este blog. Como son varias voy a empezar con la primera que me envió: "El riesgo que comprar sin saber", un relato sin desperdicios de su experiencia golosinera en Beijing.
Aprovecho para agradecerle la buena onda y su infinita predisposición y generosidad para con este blog.
El riesgo de comprar sin saber
A fines de agosto de 2013 tuve la oportunidad
de visitar Beijing por dos maravillosos días. Después de hacer a pie Seúl y
recorrer medio Beijing por el mismo medio, decidí que mi visita a la Muralla
China fuera en un tour. Ya se sabe cómo es esto: guía en inglés, van, pasajeros
de todos los puntos cardinales, almuerzo y visita a las atracciones
principales. Además de otros “museos” en donde los guías reciben su comisión en
caso de vender algo.
Llegando al final del tour, en el “Museo de
la Seda” (en donde desafortunadamente para los organizadores nadie compró ni un
hilo), un muchacho de Singapur me pide una fotografía junto a él…a lo cual le
espeto con una pregunta por si conocía: ¿dónde me convenía comprar golosinas en
China?
China es un lugar, como en la mayoría de
Oriente, en donde todo se regatea. TODO menos lo comestible. Si se ve el precio
en el mostrador o en la góndola, ese es el precio. Para algunos, el regateo es
una de las cosas más divertidas del planeta. Para mí es lo contrario, me genera
un estrés de mil demonios. Por lo tanto, había averiguado que si compraba en un
supermercado las golosinas, iba ser un pingüe negocio. No obstante, yo quería
algo más, un ingrediente que Wilson, el singapurense, me reveló: ir a Wangfujing.
Wangfujing es uno de los lugares más
característicos de Beijing, y si se quiere tener una experiencia a lo Marley
(Alejandro Wiebe, no Bob), se debe ir ahí. Hay para comer calamares, estrellas
de mar, pato, escorpiones, serpientes, ciempiés y la delicatesen arácnida. Pero
este es un blog sobre golosinas, así que no abundaré en ello.
Luego de degustar algunas de las exquisiteces
antes mencionadas, decidí comprar mis preciosas golosinas. Y de la manera que
todos los golosineros hacer: que pongan todo lo que haya en una bolsa sin saber
qué es, que nos cobren por kilo y después…y después vemos. He aquí el quid de
la cuestión: el hecho de comprar sin saber qué.
Al muchacho que me atendió le dije
simplemente “poné distintas cosas en las bolsas y termosellala que en Buenos
Aires pruebo”. Y es así como me traje a la patria dos bolsas con un surtido de
lo más misterioso. Y es realmente misterioso porque cada paquetito que del
surtido traía en sí una sorpresa.
No saber ni media palabra de chino logró que
cada envoltorio llamara la atención. Algunos eran simple dulce de batata, otros
eran dátiles recubiertos, un bloque verde muy duro con semillas de sésamo pero
con gusto a tierra hasta llegar al extremo de que comer una especie de huevo de
pájaro aplastado picantísimo.
En conclusión, las golosinas que compré en
Beijing resultaron ser mucho más exóticas y extrañas de lo que imaginaba. Y en
parte me arrepiento de no haber probado antes de comprar. Pero en parte no, es
el riesgo de comprar sin saber. Una lotería, dicen.
Walter Dvorkin nació en el año 1988, vive en el barrio de Belgrano y es empleado de una aerolínea. Su golosina favorita son los M&M de maní, confiesa que se compra bolsas de un kilo y no le duran. No tiene muchas golosinas que le repugnen pero si tiene que elegir una elige las bacon gumballs.
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